La herejí­a de traducir la Biblia

25 de abril de 2006. Una de las ventajas de la novela histórica es que te permite tratar temas, que de otra forma difícilmente serían de interés para el gran público. ¿Cómo explicar sino el éxito de un libro como El Maestro Iluminador, que lleva como subtítulo “La terrible herejía de impulsar la traducción de la Biblia”? Es curioso que una novela como esta de Brenda Rickman Vantrease, esté en todas partes como una de las obras más vendidas de esta temporada. ¿Tanto interés tiene ahora la gente en Wycliffe? Las cosas NO son sin embargo, lo que parecen…

La historia comienza en Oxford en 1379, cuando Wycliffe es director del Balliol College y apenas duerme, traduciendo la Biblia. Tiene agarrotada la mano de sostener la pluma y le duele la cabeza de forzar la vista a la tenue luz de una vela, todo entumecido después de tantas horas inclinado sobre su escritorio. La novela comienza con una fascinante conversación entre el reformador y una pobre niña, que reza por la curación de su madre con una pretendida reliquia de Santa Ana, que no es más que un cartílago de cerdo que le ha vendido el cura en un supuesto acto de caridad.

“Lo mínimo que debe hacer tu Iglesia por ti es no robarte”, dice Wycliffe. El reformador le explica a la chica que no necesita “la reliquia de una santa”, ni tampoco un sacerdote, para rogar a Dios. “Tú misma puedes orar por tu madre” y “confesar tus pecados directamente a Dios”. Al lector protestante, cuando uno lee estas palabras, su sangre luterana se calienta. Es un comienzo prometedor, pero todavía quedan quinientas páginas por delante”

LA CAUTIVIDAD DE LA IGLESIA

El obispo de Norwich, Henry Despenser, está más interesado en reunir dinero para crear un ejército que luche contra el antipapa francés, Clemente VII, que en salvar almas. Incluso ordena a los sacerdotes que nieguen los sacramentos a quienes aún no hayan contribuido a su causa. “El dios del obispo era la propia catedral”, dice Vantrease, “y como todos los dioses falsos, exigía sacrificios humanos y un servicio continuo”. Es por eso que el arzobispo tiene su propia amante, a la que trata inhumanamente, mientras hace la vista gorda a los excesos del obispo de Londres, que regenta un rentable y céntrico prostíbulo.

Lady Kathryn sin embargo, es la viuda empobrecida de un noble favorable a la causa reformista, que defiende Juan de Gante. Está harta de la venta de indulgencias, pero al estar bajo sospecha de traición o herejía, tanto la Iglesia como la Corona pueden arrebatarle sus propiedades. Por lo que se ve obligada a vender su broche de rubíes para satisfacer “la extorsión” de un cura, que le insinúa “que si paga unas oraciones por el alma del rey Eduardo, nadie cuestionara la lealtad de su casa”.

Un maestro iluminador llamado Finn, llega a vivir a su casa acompañado de su hija Rose, donde trabaja en secreto en la Biblia de Wycliffe. Él ha visto el lado oscuro de la religión, pero intenta mantener un equilibrio con la piedad tradicional. No tiene por eso problemas con la devoción de su hija por la virgen, aunque desea que esté “matizada por un razonamiento inteligente”. En ese sentido difícilmente podemos llamar a Finn reformista. Su historia nos cuenta sus problemas con las autoridades, pero éstos tienen más que ver con su relación con Kathryn, que con su afán reformista. El libro por eso resulta finalmente decepcionante, ya que acaba siendo una novela rosa.

La autora nos recuerda sin embargo cuál era la verdadera lucha de Wycliffe. El creía que “los creyentes deberían disponer de las Escrituras en una lengua que entiendan plenamente”. Por eso traduce por primera vez la Biblia al inglés. Eso es considerado entonces una herejía. Por lo que es expulsado de Oxford y sus textos son prohibidos. Nunca le llevaron a juicio, pero siguió escribiendo y predicando, hasta morir de un ataque de apoplejía en su casa de Lutterworth en 1284, pero en 1428 el papa Martín V ordenó que se exhumaran y quemaran sus restos, tirando sus cenizas al río Swift. Es la ignorancia de la Escritura la que lleva a todos esos abusos de la Iglesia, contra los que se levantan los lolardos, seguidores de Wycliffe, que se atreve incluso a cuestionar “el milagro de la misa”. Ya que “¡según él, la transustanciación de la hostia es una superstición!”. Es por esto que Wycliffe acusa a la Iglesia de estar “plagada de apostasía, incluso entre los cargos más altos”, en su tratado Sobre el oficio pastoral, citado por Vantrease. La mujer de esta historia simpatiza con Wycliffe, ya que ha leído algunos textos suyos. Al morir pide que los ingresos de sus tierras se usen para su traducción de la Biblia al inglés, pero todavía es devota de la virgen. Aunque se supone que es cristiana, mantiene relaciones sexuales con Finn, sin apenas sentido de culpa.

Este libro es el retrato de una época en que todavía es un sueño el día en que “cada vaquero, recogedor de excrementos, fregona de cocina y vulgar criado, manejaría el Verbo Sagrado”. Ese día ha llegado, pero muchos siguen viviendo de espaldas a este Libro. El iluminador encuentra paz en estos textos, pero no entiende el amor de un Padre que sacrifica a su propio Hijo. Admira la mística de Julián de Norwich, pero la Cruz de la que ella habla, no es para la autora más que una visión feminista. ¿Qué es lo que les falta entonces? La respuesta está clara: ¡La Biblia! Y ¿qué contiene la Biblia para que sea tan importante?, se pregunta Wycliffe. Su respuesta no puede ser más actual: “A Cristo, eso es lo único necesitamos para la salvación”.

Fuente: ProtestanteDigital.com

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