Tuxtla Gutiérrez, México, Amparo es evangélica, tiene 22 años de edad y un niño de dos. Desde hace un mes ambos deambulan por esta capital, junto con otras ocho familias que sufren por haberse adherido al evangelio, en el poblado de Santa Rita, ubicado en el municipio La Trinitaria y habitado por mestizos e indÃgenas de origen tojolabal.
En marzo de 2005 las nueve familias fueron despojadas de sus parcelas y llegaron a Tuxtla Gutiérrez para solicitar justicia a las autoridades. Quieren recuperar su patrimonio y regresar a su poblado, pero en situación de igualdad.
Roger Grajales, secretario general de gobierno estatal, les hizo saber hoy que deben “negociar” con sus agresores, porque aplicar la ley en esa región “va a hacer más difÃcil su retorno”.
Amparo llora de impotencia mientras cuenta su historia. “Yo no sé si ahora hay menos o más expulsiones de evangélicos, lo que sà se es que a nosotros nos despojaron, nos obligaron a salir, y no entiendo por qué, si el gobernador es evangélico y dijo que no se iban a permitir más abusos”.
Las familias en plantón a las puertas de palacio de gobierno colocaron varias mantas, en una de las cuales se lee: “Hermano Pablo, lástima de tu gobierno injusto contra los evangélicos”; en otra piden justicia y en una más demandan la solidaridad de los transeúntes para que los apoyen con vÃveres y agua para sostener su movimiento.
Son 32 personas, entre ellas diez niños, algunos bebés. Ellos compartÃan la zona ejidal de Santa Rita, hasta marzo de 2005, cuando fueron notificados de que por no participar en las festividades religiosas y polÃticas del resto de la población, perdÃan su derecho a la tierra.
El comisario Gilllermo López GarcÃa y una plebe de gente nos fue a ver, pusieron cercas en nuestras casas, nos encerraron en ellas como si fuéramos delincuentes. Ahora sólo tenemos la casa y un patio como de 11 metros cuadrados. Tuvimos que vender la cosecha, y los puercos y las gallinas que tenÃamos”, explica.
Detalla que antes del despojo los presionaron para abandonar su religión. “Siete meses nos quitaron el acceso al agua entubada, Ãbamos por la calle y nos gritaban, multaban a quien compraba en la tienda que tenÃamos. Nosotros somos gente de paz…”
Para sobrevivir durante año y medio los padres de familia consiguieron trabajo de albañiles en la cabecera municipal de Comitán. Algunos alquilaron un pedazo de tierra, donde siembran maÃz y hortalizas.
“Que el gobierno haga lo que tenga que hacer, no vamos a cambiar de religión como nos exigen en la comunidad… primero Dios que todo salga bien”, sostienen mientras se vuelven a colocar en las escalinatas del lugar.
Fuente: NoticiaCristiana.com